El macrismo apunta todo al fracking y a bajar el consumo interno

Por Marcelo García (Especial para El Extremo Sur).

El retroceso de la economía, la parálisis industrial y la caída del consumo en el mercado interno tienen un claro correlato en el plan energético del macrismo.

La matriz del uso de la energía aumentó en el consumo de petróleo importado y sigue sin solucionarse el déficit de generación de gas natural. El fracking en Vaca Muerta es la prioridad principal y las energías renovables mantienen su escasa incidencia.

La recesión económica que cierra las posibilidades de consumo masivo de importantes sectores de la población, se mantiene en base a la alta inflación, la constante devaluación del peso, el permanente aumento de las tarifas, la pérdida de poder adquisitivo de los salarios y jubilaciones, conjuntamente con la destrucción de empleo tanto en el sector formal como en el trabajo en negro.

El plan económico instrumentado por el presidente Mauricio Macri tiene su vinculación directa con el área energética, donde se observa un estancamiento del consumo durante el año 2016, retomándose la caída de la producción de petróleo y un leve aumento en la extracción de gas.

La proliferación del consumo y el aumento del consumo, no viene siendo prioridad para la gestión macrista. Por el contrario, ha dado clara muestras de querer bajar el uso del gas en los sectores domiciliarios a través del duro impacto que causaron los tarifazos; pero tampoco se observa que los objetivos apunten hacia un mayor uso de los combustibles fósiles en la producción industrial nacional. Ni que hablar del abastecimiento del gas por redes a los miles de hogares que aún se calefaccionan o cocinan con leña y garrafas.

Desde la asunción de Macri y el nombramiento del ministro de Energía Juan José Aranguren se detecta una política energética que no tiene como prioridad la ampliación del mercado interno, poniendo su centro de expansión en la explotación de los recursos no convencionales como los de Vaca Muerta y que a priori no tienen como prioridad cubrir un posible incremento del mercado nacional, sino más bien sumarse al contexto internacional como un gran exportador de gas y crudo obtenido con la técnica del fracking.

Por los pasos dados en los primeros 18 meses de gestión macrista, puede inferirse que la prioridad es achicar el consumo del mercado interno, revertir el déficit energético propiciado por la compra de gas en el exterior; y convertir a la Argentina en un fuerte jugador del comercio mundial de energía.

Si a esas políticas se le suman las vinculadas con los nuevos convenios colectivos de trabajo para los trabajadores petroleros de las Cuencas Neuquina y del Golfo San Jorge, que apuntan esencialmente a bajar los costos laborales e incrementar la productividad, la ecuación macrista cierra a la perfección con los planes de las operadoras petroleras multinacionales.

Por ahora la YPF con mayoría accionaria estatal, tiene un papel para cumplir en el terreno de aplicar dichas políticas en los yacimientos no convencionales y abrirles las puertas de Vaca Muerta al conjunto de las multinacionales petroleras, pero no habría que descartar que en un futuro no muy lejano pueda ingresar entre las empresas a ser privatizadas en su totalidad.

Estancamiento del consumo

Al inicio del siglo actual, el consumo energético del país representaba 58,8 millones de toneladas equivalentes de petróleo; pero entre la crisis de 2001 y 2005 casi no se generaron variaciones importantes, llegando a un total de 62,2 millones de la misma unidad que representaron un pequeña variación del 5,8% según los datos relevados por British Petroleum en su informe anual llamado Statistical Review of World Energy.

Cuando la economía comenzó a recuperarse promediando los años de kirchnerismo, el consumo de energía aumentó notablemente y pasó de aquellos 62,2 millones de toneladas equivalentes de petróleo a un total de 80,4 millones, mostrando una suba del 30% para el año 2011. De ahí en adelante el consumo energético fue creciendo de manera constante en un promedio anual de 2 millones de toneladas que significaron una variación que rondó entre el 2 y el 3%.

Pero desde la llegada del macrismo al gobierno el consumo total de energía en el país se estancó, reflejando la recesión económica y los problemas laborales y de consumo que se soportaron durante todo el primer año de la gestión de Cambiemos.

En el último año de gobierno de Cristina Kirchner, el consumo de energía nacional fue de 88,7 millones de toneladas equivalentes de petróleo y en el primero de Mauricio Macri fue de 88,9 millones, expresando con absoluta claridad el estancamiento de la economía del país.

Ese 0,2% de insignificante movimiento que se produjo en el 2016 se tradujo en que la industria se estancó y experimentó un retroceso en su actividad como consecuencia de la contracción de la economía y la pérdida del poder adquisitivo de amplios sectores de la población. El consumo domiciliario de la energía se mantuvo estable y no se observa que haya vecinos desconectándose a la energía eléctrica o la gasífera, aunque sí hay un proceso de ahorro por los altos costos impuestos tras los tarifazos.

La primera mitad del año en curso no muestra elementos de recuperación de la economía, sino que por el contrario sigue cerrando empresas, incrementándose los niveles de pobreza y desempleo, debiendo esperarse para finales de año que el consumo energético siga estancado o que inclusive experimente por primera vez varias décadas un retroceso.

Consolidación de la matriz energética fósil

La conformación de la energía consumida en el país sigue siendo esencialmente fósil, basada en el petróleo y gas. Esa matriz energética ha sufrido fluctuaciones a lo largo de las últimas dos décadas, inclinándose notablemente hacia el uso del gas por encima del crudo, pero sin desarrollar notoriamente las energías renovables o las vinculadas la hidroeléctrica o la nuclear.

Históricamente la matriz energética nacional se ha basado en los combustibles fósiles y así se mantiene en la actualidad, aunque podría esperarse que si se concreta la construcción de una nueva central nuclear en la Patagonia -tal como lo impulsa el gobernador rionegrino y el propio Gobierno nacional- podría incrementarse la incidencia de este tipo de energía.

Una situación similar podría suscitarse con las energías renovables a partir de los varios parques eólicos y algunos solares que fueron licitados y se construirían en los próximos años.

Más allá de las perspectivas inciertas sobre las energías renovables, lo cierto es que ni el kirchnerismo ni el macrismo han introducido cambios sustanciales en la vertientes que alimentan el movimiento energético del país, menos aún que apunten a un consumo mas sustentable en base a energías limpias.

Tras más de una década bonanza económica generada por los altos precios internacionales de los comodities (con promedios del petróleo a 100 dólares por barril o la soja a 600 dólares la tonelada), el uso de la energía se mantuvo tal como siempre, basándose en los recursos fósiles concentrados en el petróleo y el gas.

A lo largo de los últimos 17 años, el gas mantuvo una incidencia entorno del 50% del abastecimiento energético; mientras que el petróleo incrementó su influencia en un 6%, y significa el 36% del total de la energía que se consume en el país. Del gas y el crudo surgen las dos principales fuentes energéticas y acaparan el 86% del total consumido en el país.

La fuentes de energía hidroeléctrica se mantuvieron estables desde 2000 y representaron en promedio el 11% de la matriz energética, aunque en 2016 retrocedieron hasta representar el 9,8% del total.

La cuarta fuente de abastecimiento energético de importancia corresponde a la energía nuclear que en 2000 representaba el 1,4% de la matriz; pasando a abarcar el 2,9% en 2005;  retrocediendo nuevamente al 1,5% en 2015 y trepando al 2,1% en 2016. Esa tendencia se incrementaría notablemente si se construye la central nuclear en la Patagonia (ver informe en páginas 12-13).

Aunque con una incidencia escasa, el carbón sigue siendo a partir de los yacimientos de Río Turbio una fuente minoritaria de la matriz nacional. Su porción de la torta energética se mantuvo en promedio cercana al 1,2%, con variaciones descendentes en los años 2012 y 2013, pero una suba al 1,7% en los años 2014 y 2015. El año pasado retornó a su nivel del 1,2% del total.

Por más anuncios rimbombantes que se vienen haciendo desde varios años, las energías renovables como la eólica y solar tienen un efecto casi inexistente en la matriz energética nacional. Eso demuestra el absoluto desprecio que han tenido los últimos gobiernos, sin excepción, para el desarrollo de las energías limpias.

Hasta principios de la década actual, las renovables no movían el cero en la matriz y recién en 2011 comenzaron a representar el 0,6% de toda la energía utilizada en la Argentina. El punto más elevado se alcanzó en 2014, cuando casi se llega al 1%; pero en 2016 se retrocedió nuevamente al 0,8%.

Un cambio sustancial en la normativa de las renovables impuso la denominada Ley Guinle, redactada e impulsada por el recientemente fallecido senador nacional por Chubut y ex intendente de Comodoro Rivadavia. Allí se estableció que en el 2017 se deberá cubrir un 8% de la energía consumida en el país con las renovables, lo que parece casi imposible de cumplir este año, y que elevará al 20% la meta para el año 2025.

Más gas subsidiado y petróleo importado

Para cubrir la constante demanda energética que se produjo desde principios de la década, el kirchnerismo se convirtió en un importador neto de gas natural desde Bolivia y gas natural licuado desde Trinidad y Tobago.

La pérdida del autoabastecimiento energético fue cubierto con un importantes cantidades de dólares que desembolsó el Estado nacional a través de Enarsa para concretar esas importaciones. La baja en la producción gas no se detuvo ni siquiera con las múltiples formas de subsidio que se vienen instrumentando desde hace varios años y de ahí que la necesidad de abastecer al mercado interno haya sido cubierta con importaciones.

Para el año 2000 la producción gasífera del país era de 38,1 billones de metros cúbicos anuales y su tendencia creciente se mantuvo hasta el 2006 cuando se llegó a los 46,1 billones; de ahí en adelante la extracción de gas comenzó a declinar de manera constante 35,5 billones extraídos en los años 2013 y 2014.

Recién en 2015 se logró incrementar a 36,5 billones de metros cúbicos y con los aumentos subsidiados al gas en boca de pozo (7,5 dólares por millón de BTU) que instrumentó el macrismo, la producción trepó a los 38,3 billones. Los números demuestran con meridiana claridad que las operadoras aumentan o bajan sus niveles de producción en función de los precios internacionales y sólo los subsidios estatales al capital privado consiguen que la extracción incremente sus niveles; y así todo los volúmenes apenas se aproximan a los ritmos productivos de principio de la década.

En el terreno del gas, durante el kirchnerismo se produjo la combinación de un aumento del consumo energético con un descenso de la producción gasífera, y dicho déficit fue suplantado con las importaciones. En 2005 las compras de gas en el exterior llegaron a 145 millones de dólares, pero treparon a casi 3.000 millones de dólares en 2011 y alcanzaron el récord en 2014 con la notable suma de 5.800 millones de dólares en importaciones gasíferas costeadas por el Estado.

En 2015 las importaciones bajaron a los 3.500 millones de dólares como consecuencia del aumento productivo subsidiado en los yacimientos nacionales, pero con la llegada del macrismo las compras al extranjero descendieron a casi la mitad y los 1.800 millones de dólares utilizados para comprar gas importado respondieron a una política nacional de estancar el consumo y reemplazar el déficit de la balanza comercial energética por la vía del subsidio estatal para la producción gasífera en el país.

Dentro de ese panorama de desabastecimiento, la producción de petróleo decreció notablemente en los últimos 20 años y solo logro frenarse con el mismo método del subsidio estatal a las empresas multinacionales del sector. Ese panorama que lleva dos largas décadas comenzó a traducirse en importaciones petroleras que aumentan año a año y que con el actual gobierno de Macri parecen convertirse en una política de Estado para reemplazar el déficit petrolero.

Producción petrolera en descenso

En medio de la crisis del 2001 se produjo el pico más elevado de la producción nacional de crudo en el país, al alcanzar los 924 mil barriles diarios; pero de ahí en adelante el descenso fue constante. Para 2014 y 2015 la producción petrolera había bajado un -30% y se estancó en los 641 mil barriles diarios, aunque el año pasado volvió a caer a los 619 mil barriles por día, reflejando una nueva caída del -3% y llegó a los 619 mil barriles por día.

Desde 2012, el país comenzó a importar petróleo por 133 millones de dólares, una suma relativamente exigua pero que bien podría ser reemplazada por crudo nacional que no se extrae de las cuencas productivas. En 2013 llegaron a los 255 millones de dólares y al año siguiente alcanzó el récord importado por una suma de 321 millones de dólares.

En 2015 las importaciones de crudo bajaron a los 125 millones de dólares y con la llegada del nuevo gobierno, que parece apuntar al libre mercado comprando mayores cantidades en el extranjero, ascendieron en un 114% y llegaron a los 270 millones de dólares.

La fuerte impronta para la explotación del yacimiento no convencional de Vaca Muerta tranquilamente podría conquistar el autoabastecimiento del deprimido mercado interno nacional, pero la estrategia macrista hace pensar que la prioridad estará puesta en la exportación como uno de los ejes centrales de los hidrocarburos obtenidos a través de la técnica del fracking en la Cuenca Neuquina.

¿Se cumplirá con la Ley Guinle de renovables?

A finales de año las energías renovables deberán representar el 8% de la matriz energética nacional, así lo estipula la Ley que elaboró el recientemente fallecido Marcelo Guinle, senador nacional durante 14 años.

La enorme diferencia sobre el panorama existente hasta el año pasado y la meta que se debe alcanzar el 31 de diciembre, genera una enorme duda, ¿se llegará a cubrir la cuota de generación de energías renovables?

A finales de septiembre de 2015 fue aprobada en el Senado la Ley 27.191 que elaboró el legislador chubutense por el Frente para la Victoria, Marcelo Guinle. Recién en abril del año pasado fue reglamentada por el Poder Ejecutivo a través de la publicación en el Boletín Oficial del Decreto 531.

La “Ley Guinle” estableció pautas a cumplir por el Estado en la modificación de la matriz energética nacional, estipulando que en para fin de año las energías renovables deben representar el 8% del total de la matriz energética nacional; mientras que para el año 2025 la cuota de energías renovables deberá alcanzar como mínimo el 20% de la generación energética total de la Argentina.

El exiguo 0,7% de renovables que se generaron en la matriz energética del 2016 hace pensar que alcanzar la pauta prevista para este año será un objetivo muy difícil de lograr, mucho más aún si se observa la política energética de la actual gestión macrista, donde las prioridades están focalizadas en Vaca Muerta y no en las energías limpias.

Solo para comparar lo que sucede con Argentina respecto del resto del continente y del mundo, es necesario reflejar que el país se encuentra bastante por detrás del promedio mundial de energías renovables que totalizaron en el 2016 el 3,2% de la matriz energética planetaria.

Respecto de Latinoamérica, las diferencias son aún más pronunciadas porque por ejemplo Brasil alcanzó el 6,4% de renovables; Chile posee un 6,2%; e inclusive Perú superó a la Argentina con su 2,2% de la matriz.

En el contexto mundial, Estados Unidos produce el 3,7% de su energía a través de las renovables; mientras que China, el gran consumidor del mundo, solamente posee un 2,8% de energías limpias.

Europa es el continente más avanzado en el terreno de las energías renovables con un 5% de su matriz energética y al anterior de la región el liderazgo le corresponde a Dinamarca con el 23,7%, seguida por Portugal 14,3%. Finlandia llegó el año pasado al 12,4%; mientras que Alemania, España y Suecia conquistaron el 11,7% del total energético consumido en cada una de sus matrices energéticas.